jueves, 22 de enero de 2015

Una parte de mí

Era un tipo grande. Su pecho, sus brazos, sus manos, sus dedos... o quizás yo era demasiado pequeña. Numerosos recuerdos me vienen a la cabeza. Me miraba de una forma peculiar, esa mirada que sólo tienen las pocas personas que te hacen sentir especial, pero no sin querer hacerlo, sino con la intención de demostrarte que lo eres. Recuerdo muy bien su forma de moverse, siempre rígida, y su expresión, dura, seria. Cada una de sus marcadas arrugas remontaba a tiempos anteriores, a su infancia, al dolor sobre el que había aprendido a construir una vida tranquila, llena de paz y de, por fin, descanso, tan merecido ya entrados sus setenta años. Todavía me sorprende que no hubiera rastro de su chapado a la antigua cuando estaba conmigo.

Recuerdo perfectamente el característico ruido de su vieja moto, ya había llegado de "trabajar". Y lo escribo entre comillas porque tener a su cuidado una pequeña y humilde extensión de tierra era lo que más feliz le hacía. Yo lo sabía. No me gustaba cuando venía de allí, siempre le reprochaba lo sucio que estaba y apenas le daba tiempo a saludar a su mujer cuando ya me había encargado yo de meterlo en la ducha. Recuerdo mirar con suma concentración sus uñas llenas de tierra, y  recuerdo también su manera de reír de tan solo ver la cara que yo ponía.

Pero no consigo recordar su voz. ¿Por qué no puedo recordar su voz? Supongo que es lo que peor llevo cada vez que pienso en él. Por supuesto, suelo pensar lo mucho que podría haber aprovechado la sabiduría que los años le habían dado a aquel hombre pero que no supe apreciar a tan corta edad. Se me ocurren tantas preguntas para él... lo que se conoce como una entrevista. En cambio, a pesar de ello, es el olvido de su voz  lo que más me mata. 

Pero no todo es triste. Resulta curioso recordar cómo cantaba sin saber cómo era su voz al hablar. Le gustaba cantar, y la verdad es que no lo hacía nada mal. Con lo poco que soportaba (y soporto) la música que a él le encantaba, sabía escucharla. Incluso aprendí a apreciarla. Era ya una melodía de fondo mientras pasaban las horas, los días, los meses. Había unas canciones a las cuales ni siquiera tenía que acostumbrarme, me gustaban así, sin más. Aquellas eran, cómo no, las canciones dirigidas sola y exclusivamente a mí. Pronunciaba mi nombre tan bonito, tan sincero, que aunque antes no pudiese entender bien su significado, ahora al revivirlo en mi mente consigo emocionarme.
Y sé que si estuviera aquí ahora se sentiría orgulloso, más de lo que lo hacía cuando cantaba mis canciones. Y no me refiero a mis logros, no estoy pensando en lo que se me da bien o en mis notas. Se sentiría orgulloso de lo que he crecido, de que estoy madurando, y sobretodo de mis ganas de luchar día a día.

Él nunca paró de hacerlo.









2 comentarios:

  1. Rocio te felicito por tu entrada, me dejaste sin palabras y con lágrimas en los ojos. Es cierto que soy muy sensible pero estos temas tan delicados y emotivos y más con tu manera de expresarte llegan. Se que es duro y que todos pasaremos por ello, pero es otra etapa de nuestra vida que nos hará madurar. Siempre se les tiene presentes, recuerdos inexpresables. Lucha por lo que quieres él y todos los que te rodean seguro que estarán orgullosos de ti. Un beso y ENHORABUENA, increíble.

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  2. Enhorabuena por la entrada que has publicado, Rocío. Me ha encantado leerla por el simple hecho de saber lo que se siente cuando se conoce a una persona tan importante como es un abuelo. Todos esos sentimientos yo no los he podido vivir en primera persona porque por desgracia no he tenido esa suerte de conocer a mis abuelos. Te doy las gracias por haber dedicado una entrada a tu abuelo, así puedo hacerme una idea de lo que se puede sentir e imaginarme situaciones que me hubiesen gustado vivir, has conseguido que me lo imagine de tal manera todo que me emocione y con esa manera de expresarte tan bonita, haces que transmita más y te quedes sin palabras.
    Tu abuelo tiene que estar muy orgulloso de ti. Chapó por ti, un beso. :)

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