No era un día cualquiera, las cosas no estaban como siempre. Una pelea tonta y bien típica entre niños de esa edad había tenido lugar entre la que sigue siendo mi queridísima amiga Rosalía, y yo. Puede sonar a tontería, la verdad es que seguro que no fue algo relevante ni de gran importancia, supongo que algo fruto de los caprichos y el egoísmo de los niños pequeños. En cualquier caso, no era ella la que iba de mi mano para entrar en clase. No sé cómo recuerdo con tanta claridad lo que pasó a continuación: Rosalía se acercó a mí y pronunció la típica frase de después de las "peleas". "¿Nos perdonamos?". Y como si nada, antes de que nos diéramos ambas cuenta, nuestros pequeños deditos se cruzaron de nuevo, como debía ser.
La verdad es que no se trata de una gran anécdota, ni de un momento raro o fuera de lo común, pero para mí es especial. En aquel momento no me di cuenta, y quizás no lo he hecho hasta que se me ha hecho recordar y pensar sobre mi infancia, pero ahora, y desde mis sensibles ojos de dieciochoañera, entiendo el significado de aquella pequeña acción.
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